TOMANDO CAFE CONTIGO MISMO
Cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el campo que
fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de ellos es
el de no lograr nuestros objetivos.
No es necesario vivir obsesionados por la creencia de que
si no logramos siempre el primer lugar somos indignos de
nosotros mismos.
Podemos ganar o perder, pero es no necesariamente debe
afectar nuestra autoestima, que es nuestro patrimonio más
importante.
Usted decide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando
y sufriendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo.
EL IMPACTO INICIAL
Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida
profunda que nos causa una pérdida abrupta es el
desconcierto. Sabemos que hemos sido duramente
golpeados, pero aún no podemos aceptarlo en su total
dimensión, pues no nos sentimos merecedores de tal
agresión a nuestra persona.
Podemos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro
cuerpo físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza,
mareos, dificultados respiratorias, etc.
La reacción natural es actuar y tomar decisiones que
contrarresten la injusticia de la que hemos sido objeto,
siendo habitual que cometamos grandes equivocaciones,
porque lo hacemos de acuerdo con lo que sentimos y no
de acuerdo con lo que es mejor para nosotros, dadas las
circunstancias que estamos atravesando.
Lo que seguramente no necesitamos es que nos den
ejemplos de cómo tal o cual persona salió de una situación
similar, o que nos digan que con buena voluntad todo se arreglará en el futuro.
Los temores y los terrores
Los miedos son mecanismos de supervivencia cuando
tienen que ver con objetos específicos, tal como el dolor
o la fiebre; son la luz roja que se enciende como señal de
advertencia, para indicarnos que en algún sector de nuestro
cuerpo o de nuestra alma, hay algo que no está funcionando
de manera adecuada.
Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, porque
no solamente nos paralizan sino que pierde su finalidad de
protegernos frente a una amenaza potencial.
LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA
Algunas personas quedan tan afectadas por sus fracasos
que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a
la desesperanza, salteándose peligrosamente algunos
peldaños de su reconstrucción.
Al no existir este período de transición, que es algo así
como una radiografía interna de nuestra sensibilidad,
la recuperación se hace más penosa, porque la ira y la
autocrítica, siempre y cuando sean pasajeras, son muy
recomendables para reforzar la convicción de que somos
personas que valemos y que tenemos derecho a sentirnos
mal con lo que nos sucede.
La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo lugar
de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio, en
una práctica absolutamente destructiva en la medida en que
la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fustigar
con dureza nuestra conducta.
El juicio de quienes nos rodean
El qué dirán y el “qué pensarán de mí”, son
fantasmas que comienzan a rondar en nuestra mente,
haciéndonos sentir profundamente culpables, no por lo
que nos pasó o por cómo nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de nosotros.
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