miércoles, 3 de febrero de 2016

TOMANDO CAFE CONTIGO MISMO 


Cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el campo que fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de ellos es el de no lograr nuestros objetivos. No es necesario vivir obsesionados por la creencia de que si no logramos siempre el primer lugar somos indignos de nosotros mismos. Podemos ganar o perder, pero es no necesariamente debe afectar nuestra autoestima, que es nuestro patrimonio más importante. Usted decide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando y sufriendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo.
EL IMPACTO INICIAL
 Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida profunda que nos causa una pérdida abrupta es el desconcierto. Sabemos que hemos sido duramente golpeados, pero aún no podemos aceptarlo en su total dimensión, pues no nos sentimos merecedores de tal agresión a nuestra persona. Podemos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro cuerpo físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza, mareos, dificultados respiratorias, etc. La reacción natural es actuar y tomar decisiones que contrarresten la injusticia de la que hemos sido objeto, siendo habitual que cometamos grandes equivocaciones, porque lo hacemos de acuerdo con lo que sentimos y no de acuerdo con lo que es mejor para nosotros, dadas las circunstancias que estamos atravesando. Lo que seguramente no necesitamos es que nos den ejemplos de cómo tal o cual persona salió de una situación similar, o que nos digan que con buena voluntad todo se arreglará en el futuro. 
Los temores y los terrores Los miedos son mecanismos de supervivencia cuando tienen que ver con objetos específicos, tal como el dolor o la fiebre; son la luz roja que se enciende como señal de advertencia, para indicarnos que en algún sector de nuestro cuerpo o de nuestra alma, hay algo que no está funcionando de manera adecuada. Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, porque no solamente nos paralizan sino que pierde su finalidad de protegernos frente a una amenaza potencial. 
LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA 
Algunas personas quedan tan afectadas por sus fracasos que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a la desesperanza, salteándose peligrosamente algunos peldaños de su reconstrucción. Al no existir este período de transición, que es algo así como una radiografía interna de nuestra sensibilidad, la recuperación se hace más penosa, porque la ira y la autocrítica, siempre y cuando sean pasajeras, son muy recomendables para reforzar la convicción de que somos personas que valemos y que tenemos derecho a sentirnos mal con lo que nos sucede. La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo lugar de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio, en una práctica absolutamente destructiva en la medida en que la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fustigar con dureza nuestra conducta. El juicio de quienes nos rodean El qué dirán y el “qué pensarán de mí”, son fantasmas que comienzan a rondar en nuestra mente, haciéndonos sentir profundamente culpables, no por lo que nos pasó o por cómo nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de nosotros. 

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